El talón de la bota es el eje sobre el que se apoya Italia, dicen en la Apulia (Puglia en italiano), una región que no puede presumir de la sofisticación de la Toscana o el Véneto pero que conserva mejor que ninguna otra lo que a todos nos gusta más del país: su saber vivir tan particular. Aquí el paisaje es accidentado, agrícola y volcado al mar, donde el intenso verde de los campos de olivos y de vides contrasta vivamente con la tierra blanca desnuda. Una descripción que se lleva al extremo en la vecina Basilicata.
Al norte, en la espuela de la bota, el parque nacional del Gargano es un oasis de naturaleza en un entorno civilizado desde muy antiguo. El centro es duro como una roca y la palma se la lleva Matera, donde perviven las viviendas trogloditas y cuyas iglesias rupestres se cubren de policromías bizantinas. Y el sur es barroco, expresado con particular belleza en Lecce, que es como un escenario de teatro, donde sus edificios de piedra calcárea de color arena están decorados con diseños vegetales, gárgolas y extrañas figuras zoomorfas. Pero lo mejor quizá sea detenerse en sus pueblos sin mayor motivo que para tomarte un café o saltar de cala en cala y, desde luego, alojarse en una ‘masseria’ o un ‘trullo’ reconvertidos en hotel.