Al emperador Diocleciano no se le puede negar el buen gusto. Fue en la actual Split, la segunda ciudad en importancia de Croacia, donde erigió su casa de vacaciones. El spot era perfecto: una península rodeada por el Adriático con un clima envidiable, cálido y a su vez relativamente húmedo, con lo cual el verde es sempiterno.
Avatares de la historia mediante, fue su palacio el núcleo a partir del que creció este puerto que codiciaron diversos imperios, de lo que surge su maravillosa arquitectura sincrética. Pero no os invitamos a venir hasta aquí solo para ver “piedras” y escuchar discursos enciclopédicos. Hay mucho más, tierra adentro, como el Parque Nacional de Krka, siguiendo la costa (bellísima Trogir) y cuando pones un pie en el mar y sales a conquistar sus islas.
Ineludible: subir a bordo de una lancha y en una travesía privada saltar de isla en isla. Proponemos comenzar en la vecina Brac, famosa por su piedra caliza blanca. El siguiente puerto de amarre serán las tranquilas costas de Vis, donde una existencia cerrada al exterior hasta 1989 ha preservado su modo de vida tradicional para crear una auténtica experiencia mediterránea. Desde allí, saltamos a la isla de Bisevo y la belleza natural que se esconde en la Gruta Azul. Con más días por delante, el siguiente destino debería ser la isla de Hvar, donde pernoctar al menos una noche y zambullirnos en sus calas solitarias y dar buenos paseos al borde del mar.